Diego Portales - Ed. Usach
El historiador Gabriel Salazar desmitifica con argumentos documentados a uno de los personajes más controvertidos de la historia de Chile, Diego Portales Palazuelos, “monopolista, sedicioso, demoledor (juicio ciudadano a un anti-demócrata), como subtitula el autor este trabajo. Por décadas, y sobre todo durante la dictadura pinochetista, la figura de Portales ha sido asociada al orden republicano y a la democracia, considerada ejemplar gracias a su fundador. Es decir, el propio Portales Palazuelos. Para muchos –inconsciente colectivo de por medio incluido- sin Portales jamás Chile habría llegado a ser la República que es hoy. Pero Portales no fue ni demócrata ni republicano, fue un mercader ambicioso y fracasado. Un déspota turbio, violento e hipócrita, perteneciente al patriarcado mercantil de la época, que se legitimó a través de la oligarquía criolla. Dice Salazar: “En Chile han existido dos dictadores sanguinarios que esparcieron muerte social e impusieron, “sobre la seriedad de la muerte”, un sistema político liberal en ambos casos, no propuesto por la mayoría ciudadana: Diego Portales Palazuelos y Augusto Pinochet Ugarte. La memoria oficial que creció fusionada con esa seriedad ciudadana permitió al sistema político que ellos fundaron y re-fundaron permanecer “indesafiado” por largo tiempo: 100 años duró la obra de Portales, 30 (a partir de 1980) o 37 (a partir de 1973), perdura la de Pinochet. Y la muerte social exaltó la figura de ambos, por admiración y conveniencia (los vencedores), por terror y frustración (los vencidos), hasta convertirlos en mitos nacionales. La mitificación es, a su vez, perpetuidad legendaria, y ésta suele transmitirse, como fiebre legitimadora, al sistema político. La perpetuación institucional, al final de todo eso, gravita en la conciencia que inhibe el desafío y la crítica: las estatuas ya están forjadas al mármol, al bronce, a la bayoneta… y es irresponsable derribarlas”. Portales es mostrado tal como era en su endemoniado quehacer político y mercantil, está sus cartas -e intrigas comprobadas- donde manifiesta su desprecio por la democracia. Salazar, con este libro, lo pone en el lugar que le corresponde.